sábado, 19 de enero de 2013

machu picchu


Abracé a mi madre con medio llanto, mis brazos la rodearon  fuertemente, como si un principio de ley física, respondiera a: mas fuerza menos sufrimiento.
Nos dio la noticia por separado, mi hermano se enteró antes pero no me dijo nada, quizá convencido por mi madre, que siempre ha sido una persona muy discreta y sabía que no podíamos estar juntos cuando lo dijera.
Durante la comida de aquel sábado de primavera, mi madre estaba mas callada de lo normal, servía  la comida mecánicamente, mi padre, a pesar de sus esfuerzos, no logró cortar aquella tensión, que se expandía por toda la casa como una espesa niebla.
Sus comentarios sonaron huecos, tan solo contestados por mi voz bajita y entrecortada.

Después de acabar el postre, mi padre fue hacer té. Mi madre encendió un cigarrillo, se quedó mirando la punta, como si concentrara fuerzas para abrir sus labios..
Con una mirada me lo dijo todo, con mi hermano lo tuvo más difícil, nunca hablaban demasiado y sus sentimientos eran un extraño tabú entre ellos.
Mi conexión con mi madre, era distinta.Eramos bastante francos entre los dos. Nos lo explicábamos casi todo, evidentemente, todo hijo debe obviar ciertos detalles de su vida para no crear confusión o preocupaciones innecesarias, yo procuré no mencionarlos y ella procuró también no hacerlo.

Algo la estaba devorando por dentro. Tardó al menos quince minutos en pronunciar esta frase. Una frase relativamente corta, pero con la naturaleza necesaria como para agrietarte, deshacerte, desaparecer, perder la visión, no oír el tránsito ni el vociferio de las gentes saliendo del supermercado, de encharcarte los ojos en menos de un segundo, de sentir un aguijón en la nuca, un sudor frío,  una tensión que te trenza las piernas, un mareo repentino como en alta mar pero sin paz…..
Mi padre apareció con el te y rápidamente, con un sigilo digno de admiración, tenia su mano en mi hombro, aplicando de nuevo aquella ley física que me pasó después por la cabeza al abrazar a mi madre.
Lo mire a los ojos y puse mi mano encima de la suya. Siempre estaban calientes.

Tomamos el té en silencio, a pequeños sorbos, sin azúcar. Mi madre tenia una expresión serena pero afectada, nunca he conocido a nadie más valiente que ella, ahora, quizás por primera vez, veía una pequeña luz de derrota en su cara, como si ya supiera que era inútil luchar.Estaba seguro que en aquel momento deseaba llorar, pero no quería regalarme aquella polaroid para llevármela a casa. De todas formas de un modo u otro, ya me la había metido en el bolsillo, y convencido de que la colgaría en una pared de mi habitación para verla a diario.
Después de un incómodo silencio, motivado por una irreprimible  necesidad de alejarnos y llorar por separado, me levanté y abracé a mi madre.
La besé en la cabeza con ternura, le dije que la quería y que nunca estaría sola, mi padre abandonó el salón y se encerró en el lavabo.
Nunca lo había visto llorar en cuarenta años, y seguiría sin hacerlo
Lo que nunca le dije es que una vez lo oí  sollozar en brazos de mi madre, cuando perdió el empleo, pero eso sería un golpe muy bajo.

Salí de casa de mis padres mareado, mis pasos temblaban, esperé el ascensor y una vez dentro  vi  mi cara agrietándose en el espejo de aquel receptáculo ostentoso y de mal gusto.
Pulsé la planta baja pero el ascensor se detuvo en el segundo piso.”mierda” era el peor momento, no me apetecía nada hablar con ningún vecino, con ningún ser humano, ni tampoco con animales.
Respiré hondo y reuní todas las fuerzas que pude para articular un insulso” buenas tardes”, pero la cosa se complicó. Abrió la puerta la vecina peruana con una sonrisa inmensa en la cara, me saludó efusivamente, aquello me trastocó, sonreí como pude y en el rellano esperaba su marido en silla de ruedas o más bien, lo que quedaba de su marido.
Con la cabeza torcida, intentaba estar erguido en su silla pero no lo conseguía. Me vinieron los recuerdos de aquel hombre, que años atrás lo encontraba durmiendo la borrachera en el descansillo de la escalera o a veces, en la portería abrazado a la palmera. Seguramente su riego sanguíneo no aguantó aquel ritmo y una especie de infarto cerebral debió atacarle a traición mientras apuraba un cartón de vino barato.
Reaccioné con rapidez, y presente mis intenciones a la vecina de aguantarle la puerta para entrar a su marido y huir por las escaleras, pero mi táctica fue derrumbada en segundos.
Con su tremenda vitalidad insistió en que cabíamos todos sin problema.Me dio hasta instrucciones de cómo colocarme. Incluso recalcó el detalle de que si levantaba un poco mi bolsa hacia la izquierda sería perfecto. La obedecí por la comodidad de seguir unas instrucciones en aquel momento,  mi cerebro se relajó con la amable imperativa de su léxico sudamericano.

El ascensor empezó a bajar y el hombre, que lo tenia justo adelante con su señora apoyada en las agarraderas de la silla, me miró y  balbuceó unas palabras, una frase recurrente y repetitiva “machu picchu…. Ir a machu picchu “
“hay que volver a Perú....  ir a machu picchu” y señaló con su dedo el cielo disfrazado de techo de ascensor.
Su mujer respondió como si hubiera escuchado esa cantinela millares de veces
“Si Orlando, algún día iremos todos”

Escritura Automática 88


Hacía tiempo que, a modo secreto a voces, esperaba con retenida ilusión una fecha con numeración significativa. Me explico, un día decidí que el número 11 era mi número. Extrañas coincidencias me condujeron a él, hasta pensar en que se trataba de una señal.
La dicha fecha era 11/11/11. Y cuando pasó, casi ni me acordé.

Tachaba los días en un calendario con un rotulador gordo. No sabía realmente porque, pero lo hacía. En el mismo momento en que me levantaba de la cama. Seguramente se trataba de la satisfacción de matar el pasado. Estrangulado por la mano fría y carnosa de un silencio cotidiano, desvanecía en el sofá, arropado por vodka polaco y cartas de remitentes desconocidos. Siento nostalgia de la fina piel de una mujer..
La televisión iluminaba mi cara con luces blancas intermitentes de un film noir, saborear labios carnosos de madrugadas interminables,,,,, Brigitte Bardott siguió bailando pese a las bofetadas. quizá no fuera una rubia tan tonta.
La mecánica masturbación sin estimulación aparente, se convirtió en un acto vulgar, sin pasión ni lujuria, como abrir un grifo para lavarse las manos.Ni tan solo sentía aquel escalofrío que nos recorre la columna y explota como un coche sin frenos en nuestro cerebro sobre estimulado.Solo una leve satisfacción, un pequeño segundo sin oxigeno
Mis ojos se humedecieron con el peso letal de una frustación adquirida a dosis de soledad involuntaria. Mi teléfono parecía mas un cuadro expuesto o una escultura vanguardista en una exposición de arte decadente, no recordaba la última vez que sonó.

Al día siguiente cuando salí a la calle, me paré delante del escaparate de una charcutería, me llamó la atención la variedad de productos expuestos, amontonados, relucientes, apetitosos....
Dentro me atendieron una pareja de viejos supervivientes, arrugados como pasas, con un halo de energía, me regalaron una sincera sonrisa y un cordial recibimiento fruto de mas de 40 años de experiencia.
Me interesé por un queso en aceite que estaba sumergido en una gran hurna impoluta. Halagaron la calidad del producto, el matrimonio superviviente parecía un extraño ser bicéfalo, ya que los comentarios de uno eran complementados por las observaciones del otro, y actuaban juntos como pegados por el costado, por un momento vi un ser de cuatro brazos que envolvía mi capricho en forma de queso, agradecí su atención, y devolví sus cordiales sonrisas con una de mis sonrisas no naturales pero convincentes.

En casa me dí cuenta que, tenía que comprar un queso en aceite para poder hablar 5 minutos con alguien.
Corté el queso y lo probé , lo corte en dados y lo acompañe con un trozo de pan. Empecé a hablar solo, un soliloquio simple y costumbrista. Cerré el frasco y puse el queso en el refrigerador.
Mi cara en el espejo del lavabo se detuvo en seco, a veces me quedaba horas mirando el reflejo, casi sin enfocarlo, para que pareciera algo irreal, el reflejo de otro quizá, una imagen translúcida, casi espectral. Luego me lavaba la cara con agua fría para borrar todas la impresiones que había retenido.

En la cama me quedaba totalmente quieto y en silencio, esperaba el sueño impaciente, pero siempre tardaba , mis pensamientos se ramificaban, formaban tejidos, órbitas, galaxias adyacentes, cubrían todos los planos posibles , espiralmente agotadores, alfa et omega, silence, ne touchez pas votre sexe......
tragaba saliva, ton vie c'est minuscule, el exagerado silencio me permitía oír todas los televisores del bloque, alguna nevera oxidada, conversaciones llenas de gritos y la radio de la vecina manca del edificio de enfrente, que escuchaba con su perro negro y su cacatúa azul los programas de ópera de las 12 de la noche. Estiraba mis piernas y esperaba el cansancio mental, un poco de cal obstruyente en mi lavadora neuronal. Si .Ne touchez pas votre sexe, ne touchez pas, ne touchez, ne....

Si una polaroid me regalara una foto de mi cara cuando suena el despertador, seguramente no la perdonaría en toda mi vida. La insoportable melodía, que seleccioné yo mismo, para abandonar mi cama con mas facilidad, era como una primera puñalada, la que te atraviesa el vientre, y te deja sollozando, como en una dimensión aun apartada de la realidad, y quieres desfallecer, pero cuando estas a punto de morir, vuelve a sonar y te clava la segunda puñalada, en los riñones, y golpeas fuertemente el despertador, sangrando por el costado, ya incorporado , sentado, con las puntas de los pies tocando el frío suelo.

Finalmente me incorporo, camino lentamente, palpando con las manos, no soporto el golpe de luz a las seis de la mañana, cojo el rotulador, sigo avanzando, me paro ante el calendario, y  una  equis empezada desde la izquierda hacia abajo vuelve a subir desde la izquierda hacia arriba. No, el número 11 ya no significa nada.

Chic Magazine




Martha encirculó el anuncio que salía en la sección de  empleo de su magazine favorito. Buscaban jóvenes modelos con personalidad y frescura, todas aquellas chorradas que intentaban dignificar la profesión. Al final todo acababa en un catalogo de bañadores o ropa interior, con el fotógrafo de turno titándole los tejos y algún que otro hombre de negocios deambulando esperando alguna sorpresa de los cazatalentos.
La verdad es que necesitaba dinero, la última visita de su hermana la había dejado menguada para pasar el fin de mes, y eso que estaba dieta, su hermana comía por los codos pero no engordaba ni un solo gramo. Se le instaló hace tiempo una ansiedad galopante, que fracturaba las calorías a golpe de neurona.
Martha descolgó el teléfono, que había encontrado meses atrás junto a un contenedor, era de pie,  del año 76 más o menos, de un color verde oliva, con solo dos pasadas de antigrasa quedó como nuevo, luego vinieron las tonterías de sus amigos, que veían en el un retraso evolutivo, como si conversar a distancia se hubiera modernizado drásticamente y las palabras sonaran diferente en un modelo del 76 o en uno del 2012.

Le atendió un cretino, supuestamente rubio y con gomina pensó, dado el acento arrastrado y sus eses sonoras,  sin duda era gay, una mariconaza embutida en un Lacoste inmaculado.
Dio sus datos y se citaron para el día siguiente por la mañana.

Se levantó automáticamente con pocas ganas, pero la idea del dinero y un café la activaron rápidamente.
Cogió la línea 2 del metro, eran 5 paradas, en cosa de 15 minutos llegaría a las oficinas del magazine.
Martha odiaba el metro, pero no quería llegar sofocada, hacía calor aunque estuvieran a mediados de abril, se dedicó, como de costumbre, a mirar por la ventanilla y a espiar a los transeúntes de forma discreta con el reflejo colaboracionista.
En uno de los asientos hablaban sonoramente un chico de unos treinta años de estética hippie con otro mas mayor, de unos 50 años, con una coleta canosa y una cara azotada, castigada, un pergamino de la gran ciudad.
Los ojos de aquel hombre se hundían  bajo las bolsas de un insomnio perenne, tan solo un alo de luz de vez en cuando aparecía para recordar que tenía ojos.
Desde la ventanilla, Martha se fijo en una de sus manos, llevaba inscrito algo en los nudillos y en el espacio de piel que une el dedo índice del pulgar.
“quizá haya estado en la cárcel” pensó de ahí su cara magullada, “la angustia siempre nos moldea con dureza” sin darse cuenta, estaba mirando la mano fijamente, mientras su pie se movía rítmicamente al compás de la música techno que  llevaba en su reproductor.
Al levantar la vista se cruzó con sus ojos hundidos, el sonrío con los pocos dientes que le quedaban y enseño su puño para que pudiera leerlo, en un gesto medio seductor –medio desafío, Martha pudo leer Amor en una ortografía decadente y sin brillo, de tonos azulados, y entre el índice y el pulgar, un corazón tosco, como hecho con prisas, sin ningún rastro de romanticismo, ni de amor, solo de un débil autoconvencimiento desesperado.
Sus carcajadas sonoras y sus gestos de besos al aire, turbaron a Martha, sus mejillas se sonrojaron y se le aceleró el pulso, tan solo la inmediatez de llegar a  su parada de destino le activo su aparato locomotor para salir de aquella situación que la cogió por sorpresa.
“tendría que haber ido andando” pensó, “igualmente estoy sudando como una cerda”.

Saludó con educación al gerente de la puerta de la editorial, “Chic magazine”, y tras dejar su número de DNI y una sonrisa estúpidamente estudiada cogió uno de los seis ascensores y pulsó el nº 7.
Le recibió el mariconazo, no era rubio, tampoco llevaba un Lacoste inmaculado, era un chico cercano a los 2 metros, totalmente rapado con un bigote a lo Prince, perfectamente perfilado, y un polo ajustado de color negro. Su voz desconjuntaba por completo, parecía imposible que aquella vocecita pudiera salir de aquella caja torácica.
La acompaño a una sala de espera con refrigerios y tostadas para picar. Martha cogió una, y se sirvió un café, aun estaba un poco alterada y le había entrado hambre.

A los 5 minutos una mujer de pelo oscuro y ojos grandiosos azules  vino a recogerla y le indico el camino al despacho donde tendrían la entrevista.
Después de las preguntas de cortesía, vinieron otras un poco más personales, pero no molestaron a Martha, estaba acostumbrada a castings y a entrevistas, no era modelo profesional, pero tenía sus tablas.
Buscaban modelos sanas, con buena apariencia, sin vicios, deportistas. Martha mintió, porque fumaba de vez en cuando y no siempre tabaco, también bebía pero muy casualmente y deporte nunca le había echo falta hacer, porque dejó de practicar danza hace pocos años y conservaba aun su porte estilizado.
Después de la entrevista y tras una breve explicación de la campaña y la firma que representaban, indicaron a Martha que fuera lo más discreta posible, que la competencia siempre estaba al acecho de las ideas ajenas, y habían arriesgado mucho y que mejor no contara nada tras unos días bla bla bla, “se podrían ahorrar todas aquellas monsergas de empresa….” “las repiten una y otra vez”. Martha cobraría 300 euros por una hora de fotos y en principio se trataría de ropa formal, nada de bañadores y lencería,” perfecto” pensó
La mujer de ojos azules y boca de serpiente, seseaba continuamente, delatando un acento centroeuropeo, le indicó que esperara la confirmación por teléfono, a las 7 de la tarde.

Martha volvió a casa, después de un paseo grato por el centro de la ciudad, cruzando los dedos para superar el casting, y ganar 300 euros en un día.
Sus días de vacaciones no estaban siendo una maravilla, su hermana la absorbió con su cantinela de problemas existenciales, que resultaban ser una tontería tras otra, su novio fue a un entierro de un familiar en Galicia y no volvería tres días después, al menos coincidirían el fin de semana y podrían montarse una fiesta particular con la cocaína que les sobró el mes pasado.De pronto Martha se rió “no bebo, ni fumo, ni me meto nada, ja, ja , ja”  “estos alemanes estirados, se lo creen todo!”.
Después de comerse una ensalada gigantesca Martha se durmió viendo un documental de la Antártida, donde los pingüinos se amontonaban formando una gran muralla de plumas para aguantar las frías temperaturas y las fuertes ventiscas heladas, quizá sugestivamente, se cubrió con una pequeña mantita, aunque el sol entrara fuerte y sin llamar por la ventana y el termómetro se acercara a los 23 grados.

La despertó la alarma de su radio despertador, un fragmento de Bartok que emitían por la emisora de música clásica que  había programado para despertarse. No aguantaba los zumbidos clásicos de un despertador, ni los hits del momento de una radio juvenil. A los 5 min. sonó el teléfono, la teutona de ojos claros la felicitó con una falsa sonrisa telefónica y le dio instrucciones para el día siguiente. Un  taxi la recogería a las 6 de la mañana.

Los párpados de Martha se despegaron lentamente, un movimiento brusco de su cabeza se refugió bajo las sábanas, hasta que la realidad la indujo a salir de la cama e ir al lavabo. Eran las 5.15, tomo una ducha de agua caliente, le daba mejor color a su blanquecina piel “ tu te bañas con leche de burra” le decía su novio alguna mañana cuando el sol la tocaba a traición mientras buscaba sus bragas por el suelo, tomo un café con leche, las sesiones siempre le cerraban el estomago. Se fumó un cigarrillo y poco después, con la llamada del taxista, masticó un chicle de clorofila  y bajo las escaleras dando saltitos.
El taxista se presentó como contratado por la agencia, y la llevo al distrito tecnológico, un antiguo barrio industrial que había sido remodelado y sustituido por edificios de diseño vanguardista que los ancianos habitantes del lugar se tomaron como un grave insulto a su sacrificio.
El taxi la dejo en una nave industrial. El taxista  indicó que entrara por una pequeña puerta donde había un telefonillo. Martha apretó el botón y una voz afrancesada la abrió
Subió unas escaleras y la recibió un tal Jacques Marienboud o algo así, y le mostró el camerino donde se encontraba la ropa que iba a usar,” empezaremos con la falda y los tirantes”, pruébatelo y dime si todo esta bien, hemos traído varias tallas por si acaso.”
Ah, si quieres un café solo tienes que pedírmelo”, era un chico amable, francés pero con un acento macarrónico, que lo delató del sur, posiblemente de Marsella.
Martha aceptó, y una vez vestida recogió un vaso de plástico con un capuchino cremoso. Se lo bebió en dos sorbos y limpió la crema de sus labios con un lametón rápido y preciso.

La maquillaron durante 10 min. Y finalmente paso al estudio donde le esperaban Jacques y un ayudante de iluminación, que medía con el fotómetro la luz de los focos.
A Martha le divertía y excitaba todo aquello, en el fondo le gustaba ser observada y ver como la gente le prestaba atención, con sus caras serias y de satisfacción al ver que habían echo un buen trabajo con ella.
“Espera, quiero un plano de tu cara con los tirantes caídos”, Martha se sonrojó y dejó caer los tirantes. Sus pechos pequeños y rosados asomaron erectos y Jacques ametralló a Martha sin piedad con su Nikon.
Los flashes deslumbraron a Martha, lo veía todo desenfocado, con circulitos de luz blanca, azul y roja dándole vueltas alrededor. “Te ocurre algo?” “estas bien?”, preguntó Jacques, “no, solo que el flash me ha deslumbrado un poco….” y se desplomó al suelo al acabar la frase.

Pensaba que sería mas complicado con esta chica”, comento Jacques con su acento macarrónico francés a su ayudante. “Si es verdad, parecía mas lista que las demás”
“Al menos hemos sacado algo bello en la última foto…“Rápido, nos esperan”
Trasladaron el ligero cuerpecito de Martha hasta una camilla que había apoyada en una de las paredes y la llevaron a lo largo de un pasillo hasta una sala amplia, aséptica, donde aguardaban dos individuos vestidos de cirujanos.
Jacques y su ayudante desvistieron a Martha, y la tumbaron en un improvisado quirófano.
El cirujano le inyectó lo que parecía anestesia en su brazo y dio instrucciones a sus ayudantes.
Martha dejó de respirar a los 30 min, su corazón inquieto había sido extraído y depositado en una nevera de playa con cubitos, el cirujano hizo hincapié en la gran calidad el órgano y  rápidamente dos empleados se lo llevaron lejos de allí.
El cirujano siguió con lo suyo, y extrajo un fantástico hígado de 25 años, sanísimo, sin nada de grasa. Otros dos hombres se lo llevaron en otra nevera.
Jacques, desde una sala contigua, daba instrucciones en francés por teléfono, su rostro no parecía para nada intranquilo, estaba contento, le encantaba su trabajo, y hoy había logrado ascender un peldaño más su reputación como “fotógrafo”
El cerebro de Martha tardó en morir 10 minutos más tarde, se empeñó en vacilar , caprichosamente con las imágenes de un corazón mal dibujado en una mano apergaminada, un corazón tosco y feo, hecho con prisas, con mas desesperación que romanticismo, de tonos azulados, descoloridos,….

El taxi esperaba  pacientemente en la esquina bajo el golpe de los primeros rayos de sol
La emisora de radio describía instrucciones precisas
Esperar durante un par de horas por un buen precio.