domingo, 12 de febrero de 2012

Brigitte Bardot

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Escritura Automática 73


Cuando me dí cuenta, encontré mi cara de encantado, reflejado en el cristal del vagón de metro. Una chica rubia, llena de somnoléncia y legañas, interpretó mi mirada al vacio como un absurdo cortejo de mirada profunda. Estaba muy equivocada, y mi mirada se entretubo seduciendo mis bambas desgastadas.

Me até los cordones y puse en sincronía, todos mis relojes. Volvía a tener un momento de orden. Los rasguños de las manos dibujaban fíguras geométricas. Su escozor era suave y constante. Empecé a desfilar ágilmente hacía los límites del rompeolas.

Cruzado el límite, el azul grisáceo del mar, te lleneba la cabeza de existencialismo y de una extraña calma llena de abandono. En ese estado podías prometer cualquier cosa o prostituirte con cualquiera.Me guié con un cronologismo basado en cigarros consumidos, volví a casa, casi sin dar pasos, estaba fumando el nº 19, tenia la ropa acartronada por el salitre y una cara áspera llena de ojos vidriosos.

La repetición muchas veces me resultaba hipnótica, otras me resulta el infierno de la obsesión, descifrar si esas olas eran alfileres o caricias, solo era cuestión de tiempo. Entraría en ese mar para saberlo.