Martha encirculó el anuncio que salía en la sección de empleo de su magazine favorito. Buscaban
jóvenes modelos con personalidad y frescura, todas aquellas chorradas que
intentaban dignificar la profesión. Al final todo acababa en un catalogo de
bañadores o ropa interior, con el fotógrafo de turno titándole los tejos y
algún que otro hombre de negocios deambulando esperando alguna sorpresa de los
cazatalentos.
La verdad es que necesitaba dinero, la última visita de su
hermana la había dejado menguada para pasar el fin de mes, y eso que estaba
dieta, su hermana comía por los codos pero no engordaba ni un solo gramo. Se le
instaló hace tiempo una ansiedad galopante, que fracturaba las calorías a golpe
de neurona.
Martha descolgó el teléfono, que había encontrado meses
atrás junto a un contenedor, era de pie,
del año 76 más o menos, de un color verde oliva, con solo dos pasadas de
antigrasa quedó como nuevo, luego vinieron las tonterías de sus amigos, que
veían en el un retraso evolutivo, como si conversar a distancia se hubiera
modernizado drásticamente y las palabras sonaran diferente en un modelo del 76
o en uno del 2012.
Le atendió un cretino, supuestamente rubio y con gomina
pensó, dado el acento arrastrado y sus eses sonoras, sin duda era gay, una mariconaza embutida en
un Lacoste inmaculado.
Dio sus datos y se citaron para el día siguiente por la
mañana.
Se levantó automáticamente con pocas ganas, pero la idea del
dinero y un café la activaron rápidamente.
Cogió la línea 2 del metro, eran 5 paradas, en cosa de 15
minutos llegaría a las oficinas del magazine.
Martha odiaba el metro, pero no quería llegar sofocada,
hacía calor aunque estuvieran a mediados de abril, se dedicó, como de
costumbre, a mirar por la ventanilla y a espiar a los transeúntes de forma
discreta con el reflejo colaboracionista.
En uno de los asientos hablaban sonoramente un chico de unos
treinta años de estética hippie con otro mas mayor, de unos 50 años, con una
coleta canosa y una cara azotada, castigada, un pergamino de la gran ciudad.
Los ojos de aquel hombre se hundían bajo las bolsas de un insomnio perenne, tan
solo un alo de luz de vez en cuando aparecía para recordar que tenía ojos.
Desde la ventanilla, Martha se fijo en una de sus manos,
llevaba inscrito algo en los nudillos y en el espacio de piel que une el dedo
índice del pulgar.
“quizá haya estado en la cárcel” pensó de ahí su cara
magullada, “la angustia siempre nos moldea con dureza” sin darse cuenta, estaba
mirando la mano fijamente, mientras su pie se movía rítmicamente al compás de
la música techno que llevaba en su
reproductor.
Al levantar la vista se cruzó con sus ojos hundidos, el
sonrío con los pocos dientes que le quedaban y enseño su puño para que pudiera
leerlo, en un gesto medio seductor –medio desafío, Martha pudo leer Amor en una
ortografía decadente y sin brillo, de tonos azulados, y entre el índice y el
pulgar, un corazón tosco, como hecho con prisas, sin ningún rastro de
romanticismo, ni de amor, solo de un débil autoconvencimiento desesperado.
Sus carcajadas sonoras y sus gestos de besos al aire,
turbaron a Martha, sus mejillas se sonrojaron y se le aceleró el pulso, tan
solo la inmediatez de llegar a su parada
de destino le activo su aparato locomotor para salir de aquella situación que
la cogió por sorpresa.
“tendría que haber ido andando” pensó, “igualmente estoy
sudando como una cerda”.
Saludó con educación al gerente de la puerta de la
editorial, “Chic magazine”, y tras dejar su número de DNI y una sonrisa
estúpidamente estudiada cogió uno de los seis ascensores y pulsó el nº 7.
Le recibió el mariconazo, no era rubio, tampoco llevaba un
Lacoste inmaculado, era un chico cercano a los 2 metros, totalmente
rapado con un bigote a lo Prince, perfectamente perfilado, y un polo ajustado
de color negro. Su voz desconjuntaba por completo, parecía imposible que
aquella vocecita pudiera salir de aquella caja torácica.
La acompaño a una sala de espera con refrigerios y tostadas
para picar. Martha cogió una, y se sirvió un café, aun estaba un poco alterada
y le había entrado hambre.
A los 5 minutos una mujer de pelo oscuro y ojos grandiosos
azules vino a recogerla y le indico el
camino al despacho donde tendrían la entrevista.
Después de las preguntas de cortesía, vinieron otras un poco
más personales, pero no molestaron a Martha, estaba acostumbrada a castings y a
entrevistas, no era modelo profesional, pero tenía sus tablas.
Buscaban modelos sanas, con buena apariencia, sin vicios,
deportistas. Martha mintió, porque fumaba de vez en cuando y no siempre tabaco,
también bebía pero muy casualmente y deporte nunca le había echo falta hacer,
porque dejó de practicar danza hace pocos años y conservaba aun su porte
estilizado.
Después de la entrevista y tras una breve explicación de la
campaña y la firma que representaban, indicaron a Martha que fuera lo más
discreta posible, que la competencia siempre estaba al acecho de las ideas
ajenas, y habían arriesgado mucho y que mejor no contara nada tras unos días
bla bla bla, “se podrían ahorrar todas aquellas monsergas de empresa….” “las
repiten una y otra vez”. Martha cobraría 300 euros por una hora de fotos y en
principio se trataría de ropa formal, nada de bañadores y lencería,” perfecto”
pensó
La mujer de ojos azules y boca de serpiente, seseaba
continuamente, delatando un acento centroeuropeo, le indicó que esperara la
confirmación por teléfono, a las 7 de la tarde.
Martha volvió a casa, después de un paseo grato por el
centro de la ciudad, cruzando los dedos para superar el casting, y ganar 300
euros en un día.
Sus días de vacaciones no estaban siendo una maravilla, su
hermana la absorbió con su cantinela de problemas existenciales, que resultaban
ser una tontería tras otra, su novio fue a un entierro de un familiar en
Galicia y no volvería tres días después, al menos coincidirían el fin de semana
y podrían montarse una fiesta particular con la cocaína que les sobró el mes
pasado.De pronto Martha se rió “no bebo, ni fumo, ni me meto nada, ja, ja ,
ja” “estos alemanes estirados, se lo
creen todo!”.
Después de comerse una ensalada gigantesca Martha se durmió
viendo un documental de la
Antártida, donde los pingüinos se amontonaban formando una
gran muralla de plumas para aguantar las frías temperaturas y las fuertes
ventiscas heladas, quizá sugestivamente, se cubrió con una pequeña mantita,
aunque el sol entrara fuerte y sin llamar por la ventana y el termómetro se
acercara a los 23 grados.
La despertó la alarma de su radio despertador, un fragmento
de Bartok que emitían por la emisora de música clásica que había programado para despertarse. No
aguantaba los zumbidos clásicos de un despertador, ni los hits del momento de
una radio juvenil. A los 5 min. sonó el teléfono, la teutona de ojos claros la
felicitó con una falsa sonrisa telefónica y le dio instrucciones para el día
siguiente. Un taxi la recogería a las 6
de la mañana.
Los párpados de Martha se despegaron lentamente, un
movimiento brusco de su cabeza se refugió bajo las sábanas, hasta que la
realidad la indujo a salir de la cama e ir al lavabo. Eran las 5.15, tomo una
ducha de agua caliente, le daba mejor color a su blanquecina piel “ tu te bañas
con leche de burra” le decía su novio alguna mañana cuando el sol la tocaba a
traición mientras buscaba sus bragas por el suelo, tomo un café con leche, las
sesiones siempre le cerraban el estomago. Se fumó un cigarrillo y poco después,
con la llamada del taxista, masticó un chicle de clorofila y bajo las escaleras dando saltitos.
El taxista se presentó como contratado por la agencia, y la
llevo al distrito tecnológico, un antiguo barrio industrial que había sido
remodelado y sustituido por edificios de diseño vanguardista que los ancianos
habitantes del lugar se tomaron como un grave insulto a su sacrificio.
El taxi la dejo en una nave industrial. El taxista indicó que entrara por una pequeña puerta
donde había un telefonillo. Martha apretó el botón y una voz afrancesada la
abrió
Subió unas escaleras y la recibió un tal Jacques Marienboud
o algo así, y le mostró el camerino donde se encontraba la ropa que iba a
usar,” empezaremos con la falda y los tirantes”, pruébatelo y dime si todo esta
bien, hemos traído varias tallas por si acaso.”
Ah, si quieres un café solo tienes que pedírmelo”, era un
chico amable, francés pero con un acento macarrónico, que lo delató del sur,
posiblemente de Marsella.
Martha aceptó, y una vez vestida recogió un vaso de plástico
con un capuchino cremoso. Se lo bebió en dos sorbos y limpió la crema de sus
labios con un lametón rápido y preciso.
La maquillaron durante 10 min. Y finalmente paso al estudio
donde le esperaban Jacques y un ayudante de iluminación, que medía con el
fotómetro la luz de los focos.
A Martha le divertía y excitaba todo aquello, en el fondo le
gustaba ser observada y ver como la gente le prestaba atención, con sus caras
serias y de satisfacción al ver que habían echo un buen trabajo con ella.
“Espera, quiero un plano de tu cara con los tirantes
caídos”, Martha se sonrojó y dejó caer los tirantes. Sus pechos pequeños y
rosados asomaron erectos y Jacques ametralló a Martha sin piedad con su Nikon.
Los flashes deslumbraron a Martha, lo veía todo desenfocado,
con circulitos de luz blanca, azul y roja dándole vueltas alrededor. “Te ocurre
algo?” “estas bien?”, preguntó Jacques, “no, solo que el flash me ha
deslumbrado un poco….” y se desplomó al suelo al acabar la frase.
Pensaba que sería mas complicado con esta chica”, comento
Jacques con su acento macarrónico francés a su ayudante. “Si es verdad, parecía
mas lista que las demás”
“Al menos hemos sacado algo bello en la última foto…“Rápido,
nos esperan”
Trasladaron el ligero cuerpecito de Martha hasta una camilla
que había apoyada en una de las paredes y la llevaron a lo largo de un pasillo
hasta una sala amplia, aséptica, donde aguardaban dos individuos vestidos de
cirujanos.
Jacques y su ayudante desvistieron a Martha, y la tumbaron
en un improvisado quirófano.
El cirujano le inyectó lo que parecía anestesia en su brazo
y dio instrucciones a sus ayudantes.
Martha dejó de respirar a los 30 min, su corazón inquieto
había sido extraído y depositado en una nevera de playa con cubitos, el
cirujano hizo hincapié en la gran calidad el órgano y rápidamente dos empleados se lo llevaron
lejos de allí.
El cirujano siguió con lo suyo, y extrajo un fantástico
hígado de 25 años, sanísimo, sin nada de grasa. Otros dos hombres se lo
llevaron en otra nevera.
Jacques, desde una sala contigua, daba instrucciones en
francés por teléfono, su rostro no parecía para nada intranquilo, estaba
contento, le encantaba su trabajo, y hoy había logrado ascender un peldaño más
su reputación como “fotógrafo”
El cerebro de Martha tardó en morir 10 minutos más tarde, se
empeñó en vacilar , caprichosamente con las imágenes de un corazón mal dibujado
en una mano apergaminada, un corazón tosco y feo, hecho con prisas, con mas
desesperación que romanticismo, de tonos azulados, descoloridos,….
El taxi esperaba
pacientemente en la esquina bajo el golpe de los primeros rayos de sol
La emisora de radio describía instrucciones precisas
Esperar durante un par de horas por un buen precio.
ah, el costoso precio del éxito...
ResponderEliminarno hay premio sin esfuerzo
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