Abracé a mi madre con medio llanto, mis brazos la rodearon fuertemente, como si un principio de ley física, respondiera a: mas fuerza menos sufrimiento.
Nos dio la noticia por separado, mi hermano se enteró antes
pero no me dijo nada, quizá convencido por mi madre, que siempre ha sido una
persona muy discreta y sabía que no podíamos estar juntos cuando lo dijera.
Durante la comida de aquel sábado de primavera, mi madre
estaba mas callada de lo normal, servía la comida mecánicamente, mi padre, a pesar de
sus esfuerzos, no logró cortar aquella tensión, que se expandía por toda la
casa como una espesa niebla.
Sus comentarios sonaron huecos, tan solo contestados por mi
voz bajita y entrecortada.
Después de acabar el postre, mi padre fue hacer té. Mi madre
encendió un cigarrillo, se quedó mirando la punta, como si concentrara fuerzas
para abrir sus labios..
Con una mirada me lo dijo todo, con mi hermano lo tuvo más
difícil, nunca hablaban demasiado y sus sentimientos eran un extraño tabú entre
ellos.
Mi conexión con mi madre, era distinta.Eramos bastante
francos entre los dos. Nos lo explicábamos casi todo, evidentemente, todo hijo
debe obviar ciertos detalles de su vida para no crear confusión o
preocupaciones innecesarias, yo procuré no mencionarlos y ella procuró también
no hacerlo.
Algo la estaba devorando por dentro. Tardó al menos quince
minutos en pronunciar esta frase. Una frase relativamente corta, pero con la
naturaleza necesaria como para agrietarte, deshacerte, desaparecer, perder la visión,
no oír el tránsito ni el vociferio de las gentes saliendo del supermercado, de
encharcarte los ojos en menos de un segundo, de sentir un aguijón en la nuca,
un sudor frío, una tensión que te trenza
las piernas, un mareo repentino como en alta mar pero sin paz…..
Mi padre apareció con el te y rápidamente, con un sigilo
digno de admiración, tenia su mano en mi hombro, aplicando de nuevo aquella ley
física que me pasó después por la cabeza al abrazar a mi madre.
Lo mire a los ojos y puse mi mano encima de la suya. Siempre
estaban calientes.
Tomamos el té en silencio, a pequeños sorbos, sin azúcar. Mi
madre tenia una expresión serena pero afectada, nunca he conocido a nadie más
valiente que ella, ahora, quizás por primera vez, veía una pequeña luz de
derrota en su cara, como si ya supiera que era inútil luchar.Estaba seguro que
en aquel momento deseaba llorar, pero no quería regalarme aquella polaroid para
llevármela a casa. De todas formas de un modo u otro, ya me la había metido en
el bolsillo, y convencido de que la colgaría en una pared de mi habitación para
verla a diario.
Después de un incómodo silencio, motivado por una irreprimible necesidad de alejarnos y llorar por separado,
me levanté y abracé a mi madre.
La besé en la cabeza con ternura, le dije que la quería y
que nunca estaría sola, mi padre abandonó el salón y se encerró en el lavabo.
Nunca lo había visto llorar en cuarenta años, y seguiría sin
hacerlo
Lo que nunca le dije es que una vez lo oí sollozar en brazos de mi madre, cuando perdió
el empleo, pero eso sería un golpe muy bajo.
Salí de casa de mis padres mareado, mis pasos temblaban,
esperé el ascensor y una vez dentro vi mi cara agrietándose en el espejo de aquel
receptáculo ostentoso y de mal gusto.
Pulsé la planta baja pero el ascensor se detuvo en el
segundo piso.”mierda” era el peor momento, no me apetecía nada hablar con
ningún vecino, con ningún ser humano, ni tampoco con animales.
Respiré hondo y reuní todas las fuerzas que pude para
articular un insulso” buenas tardes”, pero la cosa se complicó. Abrió la puerta
la vecina peruana con una sonrisa inmensa en la cara, me saludó efusivamente,
aquello me trastocó, sonreí como pude y en el rellano esperaba su marido en
silla de ruedas o más bien, lo que quedaba de su marido.
Con la cabeza torcida, intentaba estar erguido en su silla
pero no lo conseguía. Me vinieron los recuerdos de aquel hombre, que años atrás
lo encontraba durmiendo la borrachera en el descansillo de la escalera o a
veces, en la portería abrazado a la palmera. Seguramente su riego sanguíneo no
aguantó aquel ritmo y una especie de infarto cerebral debió atacarle a traición
mientras apuraba un cartón de vino barato.
Reaccioné con rapidez, y presente mis intenciones a la
vecina de aguantarle la puerta para entrar a su marido y huir por las
escaleras, pero mi táctica fue derrumbada en segundos.
Con su tremenda vitalidad insistió en que cabíamos todos sin
problema.Me dio hasta instrucciones de cómo colocarme. Incluso recalcó el
detalle de que si levantaba un poco mi bolsa hacia la izquierda sería perfecto.
La obedecí por la comodidad de seguir unas instrucciones en aquel momento, mi cerebro se relajó con la amable imperativa
de su léxico sudamericano.
El ascensor empezó a bajar y el hombre, que lo tenia justo
adelante con su señora apoyada en las agarraderas de la silla, me miró y balbuceó unas palabras, una frase recurrente y
repetitiva “machu picchu…. Ir a machu picchu “
“hay que volver a Perú.... ir a machu picchu” y señaló con su dedo
el cielo disfrazado de techo de ascensor.
Su mujer respondió como si hubiera escuchado esa cantinela
millares de veces
“Si Orlando, algún día iremos todos”
machu picchu suena más tentador que cualquier otro sinónimo, pero sólo eso. sólo suena.
ResponderEliminarjoder!, m'has deixat fet un flam
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